Escribí esta reseña para una revista online que no llegó a despegar, así que la pego por aquí.
Qué mejor manera de comenzar en esta revista (y terminar, jaja) que hablando de la considerada por muchos mejor película de 2011, la ninguneada en los Óscars: Drive.
Drive nos cuenta la historia de un solitario pluriempleado (Ryan Gosling). Trabaja en un taller, participa como conductor especialista en películas y por las noches conduce para atracadores.
Este comienzo y un malintencionado tráiler (que además destripaba la película como viene siendo habitual) hicieron que la primera oleada de espectadores acudiera al cine esperando ver un The Fast and The Furious algo indie, y salieron muy decepcionados. Normal, debió ser como entrar a ver Saw esperando ver a Bambi.
Drive es una cinta independiente pausada e íntima, pensada para el público occidental pero con marcado carácter asiático. Es la anti-película de tuning, con un protagonista que lleva una raída cazadora acolchada blanca con un escorpión y no una chupa de cuero negra, que es mecánico y conduce pero no está enamorado de un coche, no le rodean macizas latinas de grandes melones, no tiene un amigo en cada esquina, ni basa su carisma en su pasado sino en su presente.
No es el típico antihéroe americano, gallito, curtido, lanzado y mordaz, no. Nuestro conductor es un samurái, callado, sereno y cerebral, vulnerable y hasta cierto punto ingenuo, pero también letal.
Las escenas de acción son concisas y no una larga cadena de golpes, acelerones y explosiones. La violencia es brutal pero no se regodea en ella.
Es una película icónica hasta el extremo, desde los rótulos fucsias genuinamente ochenteros hasta el maldito mondadientes, sin olvidarnos de la banda sonora, pero se lo puede permitir porque tiene una fotografía brillante que hace que una ciudad tan manida como Los Ángeles parezca algo totalmente nuevo. Los diálogos son escasos y no especialmente memorables, pero se lo puede permitir porque se ha cuidado mucho la narrativa. El protagonista absoluto no habla de sí mismo ni tiene un trasfondo, ni siquiera tiene un nombre, da igual porque a Ryan Gosling le sobra carisma en cada plano.
Se ha dicho de su interpretación que es inexpresiva, pero más bien es sobria, contenida, permite al espectador no perderse en las emociones y este es uno de los puntos fuertes de la película, que rompe la barrera con el público haciendo que sea este el que decida, guiado por las acciones y sutiles gestos, como piensa y siente el protagonista. El espectador rellena los silencios, traduce las miradas. Las emociones son intensas pero no se acompañan de escenas apasionadas donde gritos y morreos recalcan lo evidente, sino de pequeñas señales que las matizan.
Le acompañan la peculiar belleza de Carey Mulligan, dulce hasta el extremo, Walter White digooo Bryan Cranston que es más que entrañable y Albert Brooks, el más típico pero que también tiene su momento. Todos vulnerables, todos humanos. La aparición de Ron Perlman y Christina Hendricks es casi anecdótica, aunque no me puedo callar que esta última aun convertida en una desmejorada choni rezuma sensualidad.
Tanto crítica como público la han alabado, por eso sorprendió que no se reconociera su mérito en los premios de la Academia (que por otro lado rara vez son un ejemplo de buen criterio), pero al fin y al cabo Drive es una obra maestra bastante insolente. Comete la osadía de ser una película donde aparece la industria cinematográfica y que se desarrolla en Los Ángeles, pero reniega totalmente de los clichés y guiños a Hollywood. Ni protagonistas explosivas explotadas, ni escenas de acción desmedidas, ni humor fácil, ni frases lapidarias... y lo que es peor, a pesar de ser una película independiente se atreve a ser muy ambiciosa.
Aunque no le hayan dado una estatuilla no van a poder evitar que Drive se convierta en un clásico, y la chaqueta blanca con el escorpión amarillo en todo un símbolo.
(ni un solo taco, y todo plagado de expresiones manidas cinéfilas! cómo se nota que no estaba escribiendo para este blog, jaja)
Qué mejor manera de comenzar en esta revista (y terminar, jaja) que hablando de la considerada por muchos mejor película de 2011, la ninguneada en los Óscars: Drive.
Drive nos cuenta la historia de un solitario pluriempleado (Ryan Gosling). Trabaja en un taller, participa como conductor especialista en películas y por las noches conduce para atracadores.
Este comienzo y un malintencionado tráiler (que además destripaba la película como viene siendo habitual) hicieron que la primera oleada de espectadores acudiera al cine esperando ver un The Fast and The Furious algo indie, y salieron muy decepcionados. Normal, debió ser como entrar a ver Saw esperando ver a Bambi.
Drive es una cinta independiente pausada e íntima, pensada para el público occidental pero con marcado carácter asiático. Es la anti-película de tuning, con un protagonista que lleva una raída cazadora acolchada blanca con un escorpión y no una chupa de cuero negra, que es mecánico y conduce pero no está enamorado de un coche, no le rodean macizas latinas de grandes melones, no tiene un amigo en cada esquina, ni basa su carisma en su pasado sino en su presente.
No es el típico antihéroe americano, gallito, curtido, lanzado y mordaz, no. Nuestro conductor es un samurái, callado, sereno y cerebral, vulnerable y hasta cierto punto ingenuo, pero también letal.
Las escenas de acción son concisas y no una larga cadena de golpes, acelerones y explosiones. La violencia es brutal pero no se regodea en ella.
Es una película icónica hasta el extremo, desde los rótulos fucsias genuinamente ochenteros hasta el maldito mondadientes, sin olvidarnos de la banda sonora, pero se lo puede permitir porque tiene una fotografía brillante que hace que una ciudad tan manida como Los Ángeles parezca algo totalmente nuevo. Los diálogos son escasos y no especialmente memorables, pero se lo puede permitir porque se ha cuidado mucho la narrativa. El protagonista absoluto no habla de sí mismo ni tiene un trasfondo, ni siquiera tiene un nombre, da igual porque a Ryan Gosling le sobra carisma en cada plano.
Se ha dicho de su interpretación que es inexpresiva, pero más bien es sobria, contenida, permite al espectador no perderse en las emociones y este es uno de los puntos fuertes de la película, que rompe la barrera con el público haciendo que sea este el que decida, guiado por las acciones y sutiles gestos, como piensa y siente el protagonista. El espectador rellena los silencios, traduce las miradas. Las emociones son intensas pero no se acompañan de escenas apasionadas donde gritos y morreos recalcan lo evidente, sino de pequeñas señales que las matizan.
Le acompañan la peculiar belleza de Carey Mulligan, dulce hasta el extremo, Walter White digooo Bryan Cranston que es más que entrañable y Albert Brooks, el más típico pero que también tiene su momento. Todos vulnerables, todos humanos. La aparición de Ron Perlman y Christina Hendricks es casi anecdótica, aunque no me puedo callar que esta última aun convertida en una desmejorada choni rezuma sensualidad.
Aunque no le hayan dado una estatuilla no van a poder evitar que Drive se convierta en un clásico, y la chaqueta blanca con el escorpión amarillo en todo un símbolo.
(ni un solo taco, y todo plagado de expresiones manidas cinéfilas! cómo se nota que no estaba escribiendo para este blog, jaja)
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